Al día siguiente, Lyra recogía junto a Kael las pocas pertenencias del departamento. Cada rincón le provocaba un nudo en el pecho; esas paredes habían sido su refugio durante su vida en la tierra de los humanos. Con un suspiro largo y contenido, empacó el último plato.
—No veo necesario llevar esa vajilla, Lyra —dijo Kael, frunciendo el ceño.
—Fue nuestra primera vajilla, no hay que ser desagradecidos —resopló ella, rodando los ojos—. No entiendo por qué Rose no ha llegado aún…
Se acercó a la puerta. Afuera, Samuel y Sofía acomodaban sus cosas en el auto, estaban muy emocionados.
—¡No puedo creer que vayamos a vivir al reino de los lobos! —exclamó Samuel, dando pequeños brincos.
—¡No seas inmaduro, Samuel! No quiero que nos hagas quedar mal ante los demás —le reclamó Sofía, dándole un golpe en el hombro.
—¡Déjame en paz!
Lyra se acercó y, sin más, les tiró de las orejas a ambos.
—No deben faltarse al respeto. Son hermanos, ¿entienden?
—¡Sí! —gritaron los dos al unísono, quejándose por