Mirkay observó su reflejo en un charco de agua estancada. Deslizó un dedo por la oscura llaga de su rostro, mientras una tormenta de sentimientos violentos se apoderaba de él.
—¡Maldito Kael! Me las vas a pagar —gruñó, enderezándose con decisión antes de continuar su camino. Tenía claro su destino.
Muy lejos del reino se encontraba la manada bajo el mando de Konrad Levy, un antiguo alfa a quien Mirkay conocía bien. Sabía que ese viejo lobo era el padre de Lyra, y sin pensarlo dos veces, fue directamente a buscarlo.
—Alfa Mirkay, ¿qué haces aquí? Los rumores dicen que fuiste exiliado —espetó Konrad, mirándolo con desprecio.
—Alfa Konrad, los rumores no son más que eso: rumores. Mi maldito hermano me tendió una trampa. Pero tú puedes ayudarme a recuperar lo que es mío, así como te ayude en su momento.
Konrad soltó una carcajada estruendosa y, al instante, frunció el ceño.
—No pienso darte más comida ni ofrecerte nada, Mirkay. Ya no eres nadie, y no obtendría ningún beneficio al ayudarte