Kael, joven, apuesto y con una amabilidad que lo caracterizaba, acababa de obtener el trono de su familia. Esa tarde estaba a punto de terminar su jornada en la compañía cuando vio a Lyra, de pie en medio de la avenida. Sin pensarlo ni un segundo, se lanzó hacia ella, apartándola con rapidez.
—¡Ten cuidado! ¿Qué pretendes hacer? —gritó con desesperación.
Lyra, sorprendida, apenas pudo responder. Las lágrimas cayeron por su rostro mientras recordaba su desgarradora decisión.
—Yo... yo...—balbuceó, incapaz de articular más palabras.
Kael la sostuvo, inexplicablemente escuchó su historia, y en lugar de dejarla ir, decidió acompañarla durante los trámites del entierro de su madre.
—Siento mucho que tu madre no haya podido superar esta enfermedad —dijo con suavidad—. Estoy seguro de que a ella le hubiera encantado verte seguir adelante, vivir. Lanzarse a la avenida no es una forma digna de morir.
Con un gesto suave, Kael tocó su hombro, mientras ella continuaba llorando.
—Está bien... —res