Ha pasado toda una semana. Siete días eternos en los que Lucy no ha hecho otra cosa más que extrañar a Sawyer.
Lo ve todos los días, casi a todas horas, en cada ronda, en cada pasillo del hospital, en cada procedimiento rutinario.
Pero el hombre que antes no podía mantener sus manos lejos de ella ahora parece convertido en un fantasma contenido, en una muralla impenetrable que evita cualquier contacto físico.
Ni siquiera un roce accidental de manos, ni un gesto de complicidad cuando nadie los observa. Nada.
El vacío de sus caricias se ha vuelto una tortura para Lucy, que siente su piel encendida, su cuerpo reclamando lo que Sawyer le ha negado durante la última semana.
Lejos de ayudar, su estrategia de distancia solo ha creado un ambiente cargado de tensión.
Una tensión tan palpable que Lucy juraría que basta con estirar un dedo para encender una chispa que los consuma a ambos.
Y lo peor es que, mientras más él se esfuerza en mantener las distancias, más crece en ella el deseo de