Lucy despierta sobresaltada, aferrándose a la sensación de algo hermoso que se le escapa entre los dedos.
Durante un instante no sabe dónde está. La habitación está bañada por una luz tenue, y la realidad regresa despacio, como una ola que la arrastra sin piedad.
El corazón le late rápido. En el sueño, todo había sido perfecto: Poppy riendo, Sawyer sonriendo sin dolor, los gemelos jugando en el suelo, ella sintiéndose ligera, completa.
Pero al abrir los ojos, la perfección se disuelve, y el peso del mundo vuelve a posarse sobre sus hombros.
Dos semanas.
Han pasado dos semanas desde el accidente.
En el sueño, apenas era una, pero la realidad nunca se detiene.
Sawyer ya está en casa, y aunque todavía se queja del dolor en el pecho, se niega a admitirlo en voz alta.
Prefiere hacer bromas, fingir que está bien, que el accidente no dejó más que un par de cicatrices y un susto.
Pero Lucy lo conoce. Sabe que, cuando él se sienta en silencio, su mente vuela a esa habitación del hospital