—¿Pero a qué te refieres con que no está nada? —pregunta Sawyer, y aunque su voz es baja para que nadie más escuche, lleva la urgencia de quien sabe que el reloj ya está corriendo.
Lucy traga saliva, intentando que sus manos dejen de temblar, pero no lo logra. Cada palabra se le atasca en la garganta.
—Pues eso, Sawyer. No hay nada. Ni borradores, ni presentación, ni la carpeta de la investigación como tal.
Él parpadea varias veces, como si esperar un segundo más pudiera hacer que el archivo reaparezca milagrosamente en la pantalla.
Pero no pasa nada. La computadora sigue mostrando un escritorio vacío, y el eco de su respiración compartida llena el espacio que debería estar repleto de gráficas, datos y testimonios.
—¿Cómo pudo pasar esto? —pregunta al fin, con la mandíbula apretada.
—No tengo ni idea —responde Lucy, incrédula, y el vacío en su estómago se expande hasta dolerle.
Sawyer se pasa una mano por el cabello, buscando un punto lógico en el caos. —¿Editaste la investigación an