La sala de juicio está colmada de un silencio tenso, cargado de respiraciones contenidas y miradas duras.
El mármol blanco del recinto, el olor a papel viejo y el crujido de las sillas al moverse crean una atmósfera de solemnidad implacable. Todo en esta sala grita justicia. Y también miedo.
Isabella se sienta en la primera fila de la parte reservada para las víctimas, los nudillos pálidos de tanto apretar sus manos.
A su izquierda está Alexander, vestido con un traje oscuro impecable, el rostro tenso, los ojos fijos en el estrado. A su derecha, Rebeca Llanos repasa por última vez el informe que entregarán al fiscal si es necesario.
Isabella no necesita mirar los documentos. Lo sabe todo de memoria. Cada línea, cada prueba, cada palabra dicha por Camille durante los meses de pesadilla.
La puerta se abre con un chirrido metálico. Todos giran al unísono.
Camille entra escoltada por dos oficiales. Lleva el uniforme gris del centro de reclusión, esposas en las muñecas y tobi