La luz del atardecer se filtra por las ventanas del hogar Blackwood, tiñendo las paredes de un dorado suave y acogedor.
El aroma de una cena casera flota en el aire, mezclado con las risas infantiles que resuenan desde el jardín trasero.
Emma, Liam y Gael están descalzos sobre el césped, corriendo entre juegos improvisados y carcajadas sinceras. Sus voces se entrelazan como una melodía que parece sellar con felicidad la historia que su familia ha construido.
Isabella observa desde el umbral de la puerta, una sonrisa tranquila en los labios y una copa de vino en la mano.
Su vestido blanco ondea con la brisa ligera, y sus ojos, antes tan llenos de miedo y fatiga, ahora están colmados de calma. Alexander se acerca por detrás, rodeándola con los brazos. Apoya el mentón en su hombro y ambos observan en silencio la escena frente a ellos.
—Son tan felices —susurra Isabella.
—Como su madre —responde él, besándole suavemente la mejilla.
La casa resplandece de vida. En la cocina, Valentina h