Tres años han pasado.
La brisa que acaricia la costa es suave, como una caricia del tiempo que ha limpiado las heridas más profundas.
En el mundo de Isabella, Alexander y los niños, la vida respira en paz. Pero lejos de ellos, en los rincones oscuros donde alguna vez germinó el rencor, la realidad ha seguido su curso. Justa. Implacable. Irrevocable.
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Camille
El reloj de la pared marca las mismas horas de siempre. Pero para Camille, ya no significan nada.
Sentada en una silla acolchada que da a una ventana sin vista, murmura nombres que hace tiempo dejaron de responder.
Su cabello está más corto, descuidado. Sus ojos vagan entre los pliegues del aire y el silencio, atrapados en una realidad alterna construida por los restos de su obsesión. Algunas veces sonríe. Otras, llora sin motivo aparente.
El hospital psiquiátrico de alta seguridad se levanta en las afueras de la ciudad, invisible para el resto del mundo.
Allí, Camille vive. O sobrevive. A veces, cuando las enfermeras la aco