La luz entra por los ventanales de la casa frente al mar, tiñendo todo de dorado. Afuera, las olas rompen con suavidad en la orilla, y el viento trae consigo el murmullo eterno del océano. Es un nuevo día, y en la vida de Valentina y Henry, también es un nuevo comienzo.
Están sentados bajo una carpa sencilla en una feria benéfica que han organizado juntos.
Henry, con una camiseta blanca con el logo de la fundación, ofrece cajas con productos artesanales.
Valentina ríe mientras intenta coordinar a un grupo de niños voluntarios. La complicidad entre ellos es palpable: miradas cómplices, roces de manos, sonrisas que se escapan como suspiros.
Él, ahora comprometido con ella, lleva un anillo sencillo, pero con un grabado especial: “Donde tú estés, empieza mi hogar”. Fue idea de él. Valentina lo besó cuando se lo puso, sabiendo que esta vez, sí podía confiar. Que el pasado ya no era una sombra, sino una enseñanza.
—¿Sabes qué estoy pensando? —dice ella, mientras se sientan a descansar en