El sonido de risas infantiles llenaba el apartamento, rebotando entre las paredes como una canción que solo el amor podía componer. Isabella, aún en ropa de oficina, estaba arrodillada sobre la alfombra de la sala, rodeada por tres pequeños tornados de energía: sus hijos. Cinco años. Cinco años desde aquel día en el hotel. Cinco años criándolos sola. Cinco años con el corazón dividido entre el amor por ellos… y el vacío que Alexander había dejado sin saberlo. Cinco años pensando en que sus hijos crecerían sin su padre al lado porque ella se empeñó en no saber nada del hombre con el que había tenido su única noche de locura. Mientras más lo pensaba, menos podía entender lo curioso que fue el destino, o la vida, o el universo, o quien fuera con ella. Nunca se había permitido disfrutar, alocarse, o lo que fuera y, el único día que lo había hecho, la había marcado para siempre. Cuando su amiga la convenció para salir esa noche, le había prometido que sería inolvidable.
Camille cruza los pasillos de la empresa con la seguridad de quien cree tener el control, como siempre hace. Su sonrisa es impecable, pero por dentro hierve. La revelación de Henry sobre los trillizos la ha dejado intranquila. Tres hijos. Tres. Y Alexander no sabía nada. De entre todas las cosas que pensó que podía descubrir de esa chica, nunca pensó que la palabra "trillizos" fuera lo que le causara la sorpresa. Estaba segura de que se prometido no tenía ni idea de ello porque nunca se lo había mencionado. Alexander nunca escondería el hecho de que es padre, debajo de toda esa falsa personalidad que ha creado para la prensa de chico malo, ella sabe que en verdad no lo es, así menos no tanto como da a entender. Su consciencia nunca lo hubiera dejado tranquilo si supiese que tiene un hijo, mucho menos tres. Él nunca los hubiese dejado a su suerte. —No por mucho tiempo, me encargaré de que Alexander sepa esto—murmura mientras envia un mensaje desde su teléfono. Isabe
Camille camina por los pasillos de la empresa como si le pertenecieran. Había pasado años de su vida perfeccionando esa seguridad que emanaba de ella. En el mundo tan ambicioso en el que se movía, no podía permitirse andar con inseguridad, o se la tragarían los peces más gordos.Lleva un vestido de seda entallado, los tacones resuenan con autoridad y su teléfono vibra en su mano con la confirmación que esperaba. Alexander había recibido el correo. Sonríe sintiendo que ha cumplido su objetivo. Está un paso más cerca de aplastar a Isabella.No se detiene hasta llegar al área ejecutiva, donde encuentra a Henry recostado contra la pared, con una carpeta en la mano y el mismo aire despreocupado de siempre.—¿Disfrutando de la tormenta? —pregunta él con una ceja alzada, divertido.Camille se acerca sin disimulo, con esa mirada suya que podía derretir el hielo.—Le envié la foto. Ya la vio —dijo, con una chispa de orgullo en la voz.Henry la observa con atención. Su mirada baja lentamente po
Alexander mira fijamente la pantalla de su computador. El correo aún abierto. La imagen lo devora por dentro.Isabella. Con los niños. Tres.Los observa detenidamente. No hay duda. Sus ojos, su nariz, incluso esa pequeña arruga en el entrecejo cuando uno de los niños se ríe. Son sus hijos.Tres. Trillizos. Cinco años.Su mundo se detiene por unos segundos. Luego, el temblor llega sin aviso. La furia, la traición, la incredulidad. Se levanta de su silla con brusquedad, empuja el respaldo y recorre su oficina como un animal atrapado.—¿Por qué no me lo dijo…? —murmura. Pero la pregunta no tiene respuesta.Ni una palabra. Ni una carta. Ni siquiera una pista. Durante cinco años, Isabella ocultó a sus hijos. Sus hijos.No es capaz de comprender cómo Isabella le pudo esconder una noticia como esa durante cinco años.Lo había privado de la oportunidad de ser padre, no de uno, sino de tres pequeñuelos. Ahora no puede evitar preguntarse cómo son esos niños, qué les gusta, qué manías tienen.No
Isabella no duerme esa noche. La noticia aún retumba en su cabeza, golpeando como un eco sordo que no quiere desvanecerse: Alexander sabe que es padre. No entiende cómo pasó. Había sido tan cuidadosa, tan meticulosa. Nunca publicó fotos, solo en su perfil que es privado y sus únicos seguidores son su familia y amigos, nunca dio pistas. Ni una sola huella de su antigua vida había llegado a rozar el mundo de Alexander. Hasta ahora. Siente un nudo en el estómago mientras da vueltas en la cama. La imagen de él frente a ella esa tarde, con los ojos encendidos de furia contenida y algo más —dolor, quizá— no se le borra de la mente. Había sido brutal. No con gritos ni amenazas directas, sino con ese tono frío y autoritario con el que exigió respuestas. “Quiero verlos este fin de semana.” Isabella se había quedado en silencio. Lo pensó. Lo sopesó. Pero simplemente no podía. Preparar a los niños, ayudarlos a entender algo tan grande… no en tan poco tiempo. Había cometido vario
El reloj en la pared parece avanzar más lento de lo habitual. Isabella camina de un lado a otro por la sala de su apartamento, ordenando por tercera vez los cojines del sofá. Todo está impecable, pero su corazón late como si estuviera a punto de enfrentarse a una tormenta.Alexander llegará en menos de veinte minutos.Su pecho se contrae con cada pensamiento que la atraviesa. Ha repasado cada detalle de este momento desde que aceptó que Alexander viera a los niños, y sin embargo, ahora que está por suceder, siente que se tambalea. ¿Cómo se enfrenta una madre al hombre que, sin saberlo, es el padre de sus hijos? ¿Cómo protege lo que ama, cuando todo está a punto de cambiar?—Mami —dice Emma, asomándose desde la cocina, con su cabello recogido en dos coletas—. ¿Falta mucho para el invitado secreto?Isabella se agacha para quedar a su altura. Le acaricia la mejilla con ternura.—Un poquito, mi amor. ¿Recuerdas lo que hablamos?Emma asiente, con la curiosidad brillando en sus ojos. Liam
La ciudad se estira ante los ojos de Alexander como una pintura borrosa mientras su auto avanza por las avenidas iluminadas. Sus manos aprietan el volante con más fuerza de la necesaria, y aunque el tráfico es fluido, su mente está detenida en otro lugar.En Emma. En Liam. En Gael.En sus hijos.La palabra sigue sonando extraña en su cabeza. Hijos. Suyos. Tres niños con sonrisas tímidas, con preguntas sin filtro y miradas que lo atravesaron con una mezcla de curiosidad y algo más profundo… algo que no puede nombrar sin que se le cierre el pecho.El recuerdo del abrazo de Gael le arranca una punzada en el estómago. La ternura de Emma. La desconfianza contenida en los ojos de Liam.Y luego Isabella.La forma en que lo miró durante toda la visita, con esa mezcla de miedo, protección y orgullo. Como una loba resguardando a sus crías. Alexander cierra los ojos por un instante cuando el auto se detiene frente a su edificio. No sube de inmediato. Necesita procesar. Respirar.¿Cómo se supon
El fin de semana llega y, después de tanto trabajo, Alexander por fin está en casa, algo que Camille sabe bien porque sigue cada una de sus pisadas.Ella llega al apartamento de su futuro esposo sin previo aviso. Luce impecable, envuelta en un vestido de seda color marfil que resalta cada curva de su cuerpo, su maquillaje sin fallas y una sonrisa perfecta enmarcando su rostro. Toca la puerta como si estuviera en control de todo. Como si la tormenta no estuviera gestándose a su alrededor.Alexander abre y frunce el ceño al verla.—No sabía que venías —dice, seco, como si la presencia de Camille interrumpiera algo más importante.—Lo sé —responde ella, entrando sin esperar invitación e ignorando el tono de él—. Pero últimamente casi no te veo. Y pensé que… bueno, que necesitábamos reconectar. La boda está más cerca de lo que crees.Él la observa mientras cierra la puerta, pero no dice nada. Su mente sigue reviviendo el día anterior, el rostro de Emma cuando le preguntó si él era su pad