Unos días después, Henry se pasea frente al ventanal del restaurante, su reflejo recortado contra la ciudad que comienza a encenderse con los tonos del atardecer.
Mira su reloj: todavía quedan unos minutos para la cita.
No puede evitar sonreír mientras repasa mentalmente el guion que ha preparado.
Valentina es lista, pero también confiada.
Todo lo que necesita es un pequeño empujón en la dirección correcta.
Cuando ella aparece, puntual como siempre, su corazón da un pequeño salto fingido.
Se levanta de inmediato, saludándola con una sonrisa cálida que desarma cualquier barrera.
—¡Val! —dice, tomándola de la mano y besándola en la mejilla—. Me alegra tanto verte.
Valentina sonríe, ligeramente sonrojada.
—Yo también tenía ganas —responde, quitándose el abrigo.
Se instalan en una mesa junto a la ventana, el ambiente acogedor envolviéndolos en una burbuja de complicidad.
Henry le dedica toda su atención: su mirada, su cuerpo, todo su lenguaje no verbal le grita que ella es el centro de su