Emily
El sol entraba por la ventana de nuestra habitación, dibujando patrones dorados sobre las sábanas. Me quedé observando cómo la luz se movía lentamente, marcando el paso del tiempo de una manera que ya no me resultaba dolorosa. Habían pasado tres semanas desde mi colapso, desde que mi cuerpo y mi mente habían dicho basta.
Respiré profundamente, sintiendo cómo el aire llenaba mis pulmones. Era una sensación simple, pero reconfortante. Cada día que pasaba me sentía un poco más fuerte, un poco más yo misma. O quizás, una nueva versión de mí.
Me incorporé despacio en la cama. Christopher había insistido en que descansara todo lo posible, pero hoy me sentía con energías renovadas. Mis manos se posaron instintivamente sobre mi vientre, que crecía día a día. Los trillizos se movían con más fuerza ahora, como si también ellos hubieran despertado de un largo letargo.
—Buenos días —la voz de Christopher me sorprendió. Estaba apoyado en el marco de la puerta con una bandeja en las manos—. T