Emily
El cielo amaneció gris aquella mañana, como si el universo hubiera decidido vestirse de acuerdo a mi estado de ánimo. Desde la ventana de nuestra habitación, observé las nubes pesadas que se arremolinaban sobre los árboles del jardín, prometiendo una tormenta que aún no se decidía a desatarse. Sentí una extraña conexión con ese cielo indeciso: ambos conteníamos algo poderoso que eventualmente tendría que liberarse.
Me llevé las manos al vientre, ahora prominente y tenso. Treinta y dos semanas. Los trillizos se movían inquietos, como si también percibieran la electricidad en el aire. El doctor Ramírez había sido claro en su última visita: "Emily, cada día que los bebés permanezcan dentro es una victoria, pero debemos estar preparados para cualquier eventualidad."
Cualquier eventualidad. Palabras médicas para decir que todo podía complicarse en cuestión de minutos.
Me incorporé lentamente, sintiendo un leve mareo que atribuí al cansancio. Christopher había insistido en que descans