Tierra de dolor.
Isabella se encontraba de rodillas, sus dedos aferrados a la tierra húmeda, como si eso pudiera evitar que su alma se deslizara aún más hacia el vacío.
—Estoy cayendo tan bajo que ya no sé dónde termina el suelo y dónde empiezo yo, papá —susurró, su voz temblando mientras sus ojos permanecían clavados en la lápida que conocía mejor que a sí misma.
Visitaba esa tumba todos los días, como si algún día él fuera a responderle. Como si algún día, ese silencio frío fuera a darle paz.
El sol ya no estaba; la tarde se deshacía en sombras y la noche estaba encima de sí, desde que el rostro de Dante se le había aparecido en la cocina esa mañana. Lo que ocurrió entre ellos... seguía quemándole la piel. Un ardor del que no sabía cómo escapar.
—No sé qué hacer con esto. Con todo lo que siento. No sé cómo manejar lo que me está pasando —dijo, acariciando distraídamente los pétalos de las rosas. Su voz era apenas un hilo—. Todo esto está controlando mis sentidos. Y siento que cada día me hundo un po