—Eres una desgraciada, infeliz, Isabella. —soltó Valeria, con las manos temblando visiblemente mientras dejaba la copa de vino sobre la mesa pequeña en el centro de la sala.Delante de ella, Isabella la observaba con una calma peligrosa, su mirada fría y una leve sonrisa que destilaba satisfacción.Valeria volvió a hablar:—Eres una porquería, Isabella. Sedujiste a Don Santoro solo por su dinero.— La acusación voló como una daga entre ambas, pero Isabella apenas parpadeó.— Y con los demás te hacías la mosquita muerta.—No, madre. —respondió Isabella, su voz tan gélida como el aire que se acumulaba entre ambas—. Yo no seduje a nadie. Don Santoro y yo nos enamoramos.La furia de Valeria creció, envolviéndola como un huracán.—¿Enamorados? —repitió, casi escupiendo las palabras—. ¡Por favor, Isabella! ¡Te enamoraste de su dinero!—¡Yo no soy como tú, no me compares, idiota! — replicó Isabella, su voz alzándose repentinamente.Ante lo dicho, Valeria dio un paso hacia ella. Sus manos empez
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