Había algo en el aire esa mañana. No era la brisa fría que se colaba por las ventanas mal cerradas ni el olor a café recién hecho que subía desde la cocina. Era otra cosa. Más densa. Más sutil. Como si algo estuviera por romperse.
Elena intentaba concentrarse en el cuadro, pero cada línea que trazaba parecía una repetición del mismo error. Su mente no dejaba de girar en torno a la discusión de la noche anterior. Alejandro. Su voz. Su rabia. Ese momento -casi imperceptible- en el que pareció quebrarse por dentro.
Lo sintió antes de escucharlo. Sus pasos. Esa forma precisa y firme de caminar.
-Necesito hablar contigo -dijo Alejandro desde la puerta del estudio.
Elena alzó la vista. Él no parecía furioso esta vez. Ni sarcástico. Ni arrogante. Parecía... agotado. Como si llevara horas debatiéndose entre ir o no ir a buscarla.
Ella no respondió, pero lo miró. Fue suficiente.
Él cerró la puerta tras de sí. Caminó hacia la ventana, sin mirarla directamente.
-Te busqué.
Elena parpadeó.
-¿Qué?