Ya no arde... se anida
La casa respiraba en silencio.
Era una de esas noches en que el tiempo parecía suspendido, como si las paredes supieran que algo importante estaba por suceder y se mantuvieran calladas para no interrumpir.
Alejandro estaba en la cocina. Algo que nunca hacía, pero necesitaba distraerse. Había decidido preparar una cena improvisada con lo poco que encontró: queso, pan artesanal, una botella de vino blanco y, sorprendentemente, un frasco de mermelada casera con la etiqueta apenas legible: "Limón con lavanda – Clara".
-¿Sabes cocinar? -preguntó una voz desde la puerta.
Elena.
Apareció descalza, con un suéter largo que seguramente no era suyo. Tenía el cabello suelto y los ojos más suaves que en toda la semana.
Alejandro sonrió, dejando el cuchillo sobre la tabla.
-Solo lo básico. Pero esto no cuenta como cocinar. Es más, un acto de supervivencia.
Ella entró, curiosa. Se acercó a la mesa y miró el vino.
-¿Y este acto de supervivencia incluye brindar?
-Incluye brindar -confirmó él, levantan