El silencio de la sala de control no era la ausencia de ruido; era el eco del pánico contenido y la traición. En la pantalla de control de Blackwood Sterling, el contador digital parpadeaba en un rojo hostil, marcando el progreso inexorable del borrado de datos.
68% Eliminado.
Leo, con el rostro cubierto de sudor, tecleaba desesperadamente sin éxito. Alexander, el titán que había forjado su imperio en el hierro de la ambición, estaba encogido, paralizado no por la pérdida financiera, sino por la agonía de la traición perpetrada por el hombre que consideraba su hermano.
—No puedo… no puedo entregarlo a las autoridades, Leo —susurró Alexander, la voz ronca por el dolor—. Julian es mi familia. No puedo ser su verdugo.
—Señor, él nos está aniquilando —replicó Leo, superado—. Esto no es una simple pérdida de capital; es el borrado de nuestra infraestructura bancaria global. Cuando termine, BST no existirá.
Camila, con la frialdad de una estratega, se acercó. Puso una mano firme sobre su ho