A las 10:00 A. M., la sala de estar de Alexander Blackwood era un cuadrilátero cargado de electricidad. La sesión de terapia se había convertido en un duelo de voluntades, y ambos sabían que el partido había comenzado la noche anterior, sin palabras.Alex estaba sentado en el sillón gris, envuelto en la manta azul, su rostro impenetrable. Camila estaba en su puf habitual, con el portafolio cerrado sobre las rodillas. Ninguno de los dos mencionó el cuaderno de notas, pero su presencia, ahora de vuelta sobre la mesita auxiliar, era un fantasma entre ellos. Alex sabía que ella sabía que él había leído; Camila sabía que Alex había aceptado el riesgo al escribir esa palabra fría y definitiva.—Su angustia subjetiva al inicio de la sesión es de seis —anunció Camila, su voz baja y uniforme, anotando en su libreta. Su máscara de profesionalismo era perfecta—. Ayer terminamos en cuatro. ¿Por qué el aumento?Alex entrecerró los ojos. La pregunta era un dardo. Ella estaba preguntando, en código,
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