La casa segura en Key Biscayne, la “Fortaleza de Cristal”, nunca había sido tan necesaria. Alexander llegó al amanecer, envuelto en una manta oscura, su cuerpo entumecido y su mente embotada por el interrogatorio de alto voltaje al que había sido sometido.
El Señor Sterling y la abogada Hale se quedaron atrás, gestionando la fianza y el monitoreo electrónico que Alexander llevaba ahora en el tobillo. En el vestíbulo de mármol, bajo la luz suave y matutina, Camila lo esperaba.
Cuando sus ojos se encontraron, el torrente de alivio de Alexander fue tan físico que tuvo que apoyarse en el marco de la puerta. Camila corrió hacia él, sin importarle las cicatrices de su traje arrugado ni el aura de prisión que lo envolvía.
Lo abrazó con una fuerza desesperada. El abrazo fue una descarga eléctrica para Alexander, el primer momento de seguridad real que había sentido en más de cuarenta y ocho horas.
—Alexander —susurró ella, su voz temblando.
—Estoy bien, Val. Estoy aquí.
Pero no estaba bien. A