El grito amplificado de la policía se convirtió en una señal de demolición.
—¡Último aviso! ¡Abra la puerta o será forzada!
Alexander no respondió. Su mente, forjada en la presión de los mercados financieros y la supervivencia personal, operaba a la velocidad del rayo. Tenía menos de diez segundos.
Rápidamente, se volvió hacia Camila, su rostro de piedra. —Ve a la azotea. Ahora.
Camila Ríos, a pesar del terror, asintió. Se puso la pequeña mochila, se dirigió a la parte trasera del apartamento y subió ágilmente por una escalera de incendios oculta en el diminuto patio interior, cubierta por una lona. Su mente clínica tomó el control de sus nervios; la supervivencia era la única prioridad.
Alexander sacó de la mochila un pequeño objeto cilíndrico de color gris oscuro, parecido a una bengala. Lo activó.
¡CLANG! La cerradura principal cedió. La puerta de madera saltó hacia adentro con un golpe brutal.
Dos oficiales de policía, con chalecos antibalas y armas desenfundadas, irrumpieron en e