Capítulo 37 - Amenazante

La primera noche había sido el éxtasis del pacto sellado; la segunda mañana, en el Edén improvisado del ático, se sentía como una eternidad ganada a pulso. Alexander y Camila despertaron entrelazados, la luz filtrándose de manera diferente, más suave, más paciente. El mundo exterior parecía haber aceptado su tregua.

El ritual matutino fue lento y sagrado. No hubo café apurado, ni llamadas silenciosas, ni la necesidad de probar nada. Solo había una verdad: estaban juntos, y eso era lo único que importaba. Alexander besó la marca de una sábana en la mejilla de Camila, se deleitó en su olor a sueño y a sándalo, un aroma que ya era su hogar.

—¿Recuerdas que ayer me dijiste que era la mujer que se casó por mil quinientos millones de dólares? —susurró Camila, con los ojos todavía cerrados, aferrada a su cuello.

—Lo recuerdo —replicó Alexander, besándola justo debajo de la oreja—. Una negociadora despiadada.

—Pues ahora eres el hombre que cerró su empresa para hacer tostadas francesas.

Ambos
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