Alexander Blackwood despertó antes que el sol. No había paz en él. El colchón de lujo, la seda de las sábanas, el cuerpo cálido de Camila acurrucado a su lado; nada podía penetrar la coraza de pánico que lo atenazaba desde la llamada de Julian. Había forzado una sonrisa, había impuesto su negación, pero el miedo era una criatura fría que se había anidado en sus entrañas.
Se deslizó fuera de la cama con el sigilo de un fantasma. Se puso una bata y se dirigió a la terraza. El cielo sobre Miami comenzaba a adquirir un tono azul oscuro y sombrío, presagiando no un nuevo día, sino una tormenta.
Se recostó en la barandilla de cristal, mirando la ciudad dormida. Su mente era un torbellino. ¿Había Julian realmente enviado la historia? ¿O solo estaba jugando con su mente, sabiendo que el secreto de Isabella era su punto más vulnerable? Julian siempre había sido un maestro del farol, pero esta vez, la voz había sonado diferente: fría, mortalmente segura.
Camila apareció detrás de él, envuelta en