El aire en el ascensor privado de Blackwood Sterling Global era tan pesado como el oro. Camila Ríos y Alexander Blackwood descendían del piso 48, donde la noche anterior habían sellado su alianza con una pasión imprudente, a la realidad brutal del piso de la gerencia.
Julian Reed había llamado a Camila menos de una hora después de su confrontación. No era una llamada; era un ultimátum.
Camila le había contado todo a Alexander: la oferta, el rechazo, el cachetazo, y el plan de Julian de exponer su relación "poco ética" en la Gala del Horizonte.
Alexander la observaba, su rostro una máscara de hielo tallado. Su mente, el motor analítico que lo había convertido en un titán de Wall Street, ya estaba trabajando a una velocidad supersónica, calculando escenarios, daños colaterales y, sobre todo, la respuesta.
—Camila, mírame —dijo Alexander, deteniendo el ascensor entre pisos.
Ella levantó la vista, sus ojos verdes llenos de miedo y determinación.
—Sé lo que significa esto para ti. Perdería