Maribel no lloró. No gritó. No rompió la revista. No necesitaba hacerlo.
Esa noche no durmió, pero no por tristeza. Pensaba. Planeaba. Calculaba.
Si Pedro Juan pensaba que podía jugar a la honestidad selectiva con ella, como si sus secretos no dolieran, como si sus omisiones no fueran mentiras vestidas de elegancia… entonces no la conocía. No realmente.
No lo iba a bloquear. Tampoco a desaparecer.
Iba a enfrentarlo.
Y lo haría como Lilith. Con todas sus armas. Con todo su fuego.
Sábado, 7:58 p.m.
El restaurante Cenit, uno de los más exclusivos de la ciudad, estaba a media capacidad. Techos altos, luz cálida y música de cuerdas flotando entre las copas. La gente conversaba en susurros, como si incluso el silencio costara caro allí.
Pedro Juan miraba su reloj por quinta vez en cinco minutos. La reservación era para las 8:00. Llevaba quince esperando. Nervioso. Emocionado. Un poco ansioso. No por impaciencia, sino por esa sensación eléctrica que solo Maribel le provocaba.
De pronto la vi