CAPÍTULO 69 — El día que pensamos que era para siempre
Era el día de su boda, y aunque no habría flores, ni iglesia, ni música, ni una fiesta llena de invitados, en su corazón latía la certeza de que ese era el comienzo de algo grande, de algo que se sentía eterno.
Sobre la cama, reposaba cuidadosamente el vestido blanco que había cosido con sus propias manos. Había tardado varias semanas en terminarlo, robándole horas al estudio y al descanso. Su amiga Fátima la había ayudado con los últimos retoques la noche anterior. Era un vestido corto, sencillo, pero lleno de detalles que lo hacían único: un encaje delicado en el cuello y un pequeño lazo en la cintura. Isabella lo observó con ternura; no podía creer que ese pequeño sueño, tan suyo, tan íntimo, se haría realidad en cuestión de horas.
Desde la cocina llegó el aroma del café recién hecho. Su madre, con el ceño fruncido, preparaba el desayuno sin decir una palabra. Llevaban toda la semana discutiendo sobre la boda.
— Mamá, no empiec