CAPÍTULO 22 — Pequeño accidente
Isabella dormía plácidamente, envuelta entre las sábanas. No era un sueño profundo; se movía de a ratos, giraba sobre la almohada y suspiraba. Pero entonces, entre la penumbra, percibió algo que le resultó familiar: el inconfundible perfume de su marido.
Aquel aroma la reconfortó. Sonrió apenas, sin abrir los ojos, pero en cuanto sintió el roce cálido de unos labios sobre su frente, los abrió lentamente.
— ¿Amor… ya te vas? —preguntó con voz somnolienta.
Gabriel se inclinó sobre ella y acarició su mejilla con suavidad.
— Perdón por despertarte, no quería hacerlo… —susurró con tono bajo—. Estás tan tentadora, amor, que no pude resistirme a probarte.
Isabella lo miró con ternura y una sonrisa perezosa.
— Vení, amor, dame otro beso antes de que te vayas.
Gabriel obedeció encantado. Se inclinó nuevamente, y sus labios se encontraron en un beso lento, tibio, cargado de complicidad.
— Te amo —dijo él al separarse—. Que tengas un lindo día.
— Yo también te am