CAPÍTULO 23 — Que comience el show
Pese a los contratiempos y las noches de insomnio, el gran día finalmente había llegado. El desfile, ese evento que había consumido semanas de esfuerzo, estrés y perfeccionismo, ya estaba en marcha. Desde muy temprano, Isabella y Fátima se encontraban en el lugar, supervisando cada detalle con la precisión de quien sabe que cualquier mínimo error puede opacar meses de trabajo.
El recinto era un hervidero de movimiento: luces que se ajustaban, cables que cruzaban el suelo, técnicos, camarógrafos y asistentes que iban de un lado a otro con listas en la mano. Cada marca tenía su propio camarín —o más bien, un pequeño universo— lleno de vestidos, zapatos, tocados, planchas, perfumes y el murmullo constante de voces femeninas.
La colección de Isabella era la más esperada de la jornada. Vestidos de gala, cóctel y, por supuesto, una sección dedicada a las novias. Había logrado un equilibrio entre la sofisticación y la feminidad que la caracterizaba, con tel