CAPÍTULO 155 — La firma del adiós
La mañana siguiente a la grabación del primer episodio del reality show Isabella se movía por la casa de su madre con una calma mecánica. Se duchó tratando de lavar no solo el cansancio físico, sino también la sensación pegajosa de la malicia de Bárbara y el dolor agudo de aquel ramo de rosas que no era para ella.
Pero hoy no había espacio para lágrimas. Era el día que había estado esperando —y temiendo— durante meses.
Se vistió con sobriedad: un traje sastre color marfil, impecable, que le daba esa armadura de mujer de negocios que tanto necesitaba para no desmoronarse. Tomó un taxi hacia el centro, hacia el despacho de la doctora Serrano. Mientras la ciudad desfilaba tras la ventanilla, Isabella repasaba mentalmente los pasos que la habían llevado hasta ahí. El reencuentro, la confusión, la lucha, y finalmente, la aceptación.
Al llegar al bufete, la recepcionista la saludó con la misma cordialidad de siempre, pero esta vez había algo diferente en el