Al llegar al edificio, Alfonso entró al departamento con Darina en brazos, el peso de la situación era palpable en el aire.
Darina estaba abrumada, no solo por el hecho de que un completo desconocido, y encima el presidente de la empresa Morgan, la estuviera ayudando, sino también por la sensación de vulnerabilidad que la invadía.
Su cuerpo aún temblaba levemente por el miedo y la incertidumbre.
—Le agradezco, señor Morgan, de verdad… no es necesario que se preocupe tanto —dijo Darina, con voz temblorosa, intentando restarle importancia a la situación.
Alfonso la miró con intensidad, un brillo de preocupación en sus ojos.
—Claro que sí —respondió con firmeza—. Después de lo que pasó, es lo menos que puedo hacer por ti. El doctor ya viene en camino.
La puerta del departamento se abrió de golpe y, de repente, tres pequeños corrieron hacia ella, llenando el aire con risas y gritos de cariño.
—¡Mamita! —exclamaron al unísono.
El corazón de Darina se aceleró, el calor de sus hijos abrazándo