Un mes después.
El tiempo parecía haberse detenido, pero en realidad, un mes había avanzado sin pausa. Un mes de incertidumbre, de esperanzas frágiles y silencios que lo decían todo.
Durante todas las sesiones de quimioterapia, Azul no se movió de al lado de Hernán. Se aferraba a su mano con fuerza, como si con eso pudiera absorber su dolor, arrancárselo del cuerpo y llevárselo consigo.
En cada una de esas sillas blancas, en cada sala helada de hospital, ella lo acompañó.
Su mirada buscaba la de él con insistencia, tratando de sostenerlo en medio de la tormenta. Le dolía verlo así, tan pálido, tan débil, tan ajeno al Hernán fuerte y arrogante que una vez fue. Pero él… sonreía. No con resignación, sino con fuerza, con una nueva luz en sus ojos. Sonreía como si estuviera renaciendo.
Y ella, con los ojos empañados, sentía que lo estaba recuperando.
Ella tocaba su vientre, ahora algo los unía, algo les daba fuerza para vivir, y no rendirse.
***
Al día siguiente.
Brisa salió del departament