Darina lanzó un grito ahogado, un grito que pareció atravesar la fría sala, mientras el hombre la soltaba, intentando tapar su boca.
El pánico la invadió con tal fuerza que, en un último acto de desesperación, le dio un golpe directo al estómago.
El hombre soltó un quejido de dolor y se apartó, pero Darina no esperaba nada.
Corrió, sin mirar atrás, sus pasos retumbaban en el pasillo vacío mientras sentía como si el suelo se desmoronara bajo sus pies.
No podía detenerse, no podía, lo único que le importaba en ese momento era escapar.
El grito del hombre resonó detrás de ella.
—¡Vas a pagar por esto, te voy a despedir!
De pronto, algo la hizo tropezar, y sin querer, sus pies chocaron con una figura imponente.
Se dio un golpe al caer.
—¿Quién eres tú? —preguntó Alfonso Morgan al ver a la mujer en el suelo, la mirada inquisitiva fija en Darina, como si la estuviera diseccionando.
Darina, temblorosa, intentó levantarse, y fue entonces cuando escuchó su nombre.
El eco de la voz del jefe de r