Bruno permaneció frente a ella, con los brazos cruzados y los ojos fijos en los de Nelly.
La tensión en el aire era insoportable; cada segundo que pasaba sentía que se acercaba un desastre inevitable. El abogado ya se había ido, dejándolos solos en esa habitación que de repente parecía demasiado pequeña, demasiado cargada de peligro.
—¿Qué crees que estás haciendo, Bruno? —preguntó Bruno con un tono bajo, controlado, pero lleno de amenaza.
—No es una broma, y quiero que me escuches muy bien. Considera esto una advertencia: no volverás a ver a tu abuelo a menos que hagas exactamente lo que yo diga.
El miedo la hizo retroceder. Un nudo de terror se apoderó de su garganta, y su respiración se volvió irregular. Intentó mantener la calma, pero su cuerpo traicionaba cada pensamiento racional.
—¡Estás demente! —gritó, más para convencerse a sí misma de que podía enfrentarlo que por desafiarlo realmente.
Bruno no respondió con palabras. Su mirada era suficiente para que ella entendiera que ha