Melody permanecía en su habitación como si el mundo entero hubiera decidido detenerse fuera de su puerta.
El vestido de novia colgaba sobre una silla.
El vacío que la devoraba no era sorpresa: lo veía cada vez que cerraba los ojos.
En la cama, abrazada a una almohada, Nelly se sentó a su lado y la envolvió con los brazos, como si con eso pudiera contener la fractura.
—Lo siento tanto —susurró Nelly, con la voz quebrada, sintiendo cada latido de la hermana como si fuera propio.
Melody giró la cara contra su hombro y dejó que la piel cálida la sostuviera. Respiró hondo
—No voy a dejar que esto me mate, Nelly —dijo con una determinación que le sonó extraña, casi ajena—. He decidido que saldré adelante. Me voy a Estados Unidos a estudiar negocios internacionales.
Nelly sonrió con esa mezcla de orgullo y pena que todo hermano siente al ver a la otra decidir la huida y la reconstrucción.
—Maravilloso —respondió—. Eres fuerte, Melody. Te admiro tanto.
El beso que Melody dejó en la mejilla de