—¡Alexis! —gritó Tessa, con la voz temblorosa y cargada de desesperación, como si aquel alarido fuera capaz de romper el instante que acababa de presenciar.
El beso se deshizo de golpe, como si el aire mismo los separara.
Alexis dio un paso atrás, sorprendido por la irrupción, y Sienna, con una media sonrisa en los labios, disfrutó como pocas veces de la expresión de dolor en el rostro de su hermana.
—Mírala —dijo Tessa—. Observa bien, Alexis. Esa mujer que finge ser tan pura, tan fiel… ¿Recuerdas acaso lo que realmente es? Una traidora, una infiel. Y ese vestido que lleva puesto, tan provocador, ¿quién se lo compró? ¿Tu amante, Sienna?
La pregunta cayó como un golpe certero.
Pero Sienna no esperó respuesta. Avanzó un paso, segura, desafiante, con esa elegancia natural que le ardía a Tessa como un veneno en la piel.
—Dime algo, Alexis —susurró Sienna, mirándolo fijamente a los ojos—. ¿Eres ahora el amante de mi hermana?
Alexis apretó los puños, su mirada se endureció como el hielo.
—¡