—¿Estás bien, cariño? —preguntó Eugenio, con la voz cargada de preocupación y dulzura.
Sienna asintió débilmente, intentando recomponerse, pero su corazón seguía latiendo a un ritmo descontrolado, todavía herido por todo lo que había pasado.
La tensión en sus hombros no desaparecía, y sus ojos reflejaban un dolor profundo, la mezcla de dolor y desconfianza que le había dejado Alexis.
—Vamos a casa —dijo Eugenio con firmeza, tomando suavemente su mano para guiarla, ofreciendo el calor y la protección que ella necesitaba después de tanto caos.
—¡Sienna! —gritó una voz detrás de ellas, cargada de desesperación y reproche.
Sienna se giró un instante, y allí estaba Alexis, corriendo hacia ellos, con el rostro demacrado, los ojos rojos de tanto llorar, el pecho agitado por el esfuerzo de alcanzarlas.
Su mirada estaba llena de súplica, un hombre derrotado por sus errores, completamente vulnerable.
—¡Sienna, está bien si odias a Alexis! —exclamó Tessa, con un hilo de voz quebrado—. Si no lo p