Sienna estaba en la sala, aun temblando, con la verdad recién contada sobre lo ocurrido, cuando escuchó la voz de Félix a su lado:
—Al fin… algo de verdad salió, hermanita —dijo Félix, abrazándola con fuerza—. Estoy feliz por ti.
Sienna sonrió, débilmente, con los ojos húmedos.
—No es suficiente —susurró—. Siento que duele… aún duele.
De pronto, un estruendo cortó la conversación.
Gritos provenientes del exterior rompieron la calma momentánea.
Una empleada entró al comedor, pálida y nerviosa.
—Señora Sienna… hay un hombre afuera. Grita por usted.
—¿Por mí? —preguntó Sienna, con el corazón acelerado.
Afuera, la lluvia caía con fuerza, como si el cielo mismo compartiera la tormenta que sentía dentro.
Uno de los empleados le cubrió con un paraguas mientras caminaba hacia la puerta principal, que fue abierta con cuidado.
Allí estaba él.
Sienna se quedó paralizada.
Era Alexis. O más bien, la sombra de lo que alguna vez había sido. Estaba de rodillas, empapado, temblando, y su rostro reflej