—¡Sienna! ¡Cómo te atreves! —exclamó Alexis con voz cargada de furia, alzando la mirada como si cada palabra fuera un latigazo que desgarraba el aire.
Félix y Eugenio soltaron una risa seca, de esas que más que divertir, hieren y humillan.
La atmósfera en la sala se volvió densa, como si cada respiración pesara toneladas.
—Decida, señor Dalton —dijo Eugenio con tono arrogante, cruzándose de brazos con superioridad—. O lo hace… o puede olvidarse de presentar su propuesta como proveedor. Ni siquiera será considerado.
El golpe de esas palabras fue brutal, como si cayera un martillo sobre el orgullo de Alexis.
Tessa, incapaz de contenerse, apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos palidecieron.
El corazón le martillaba en el pecho, lleno de impotencia y rabia.
—¡Sienna! —gritó, incapaz de seguir callando—. ¿Cómo puedes ser tan mezquina con el propio padre de tu hija? ¡Eres una mujer cruel, sin entrañas! Lo traicionaste una vez, y ahora… ¡ahora lo vuelves a dañar!
La acusación ret