Cuando Sienna volvió, el corazón le latía con fuerza, un martilleo que le recordaba que cada paso que daba la acercaba a lo inevitable.
Miró al hombre que yacía ahí, en la cama, luchando contra las esposas que lo mantenían atrapado.
Su respiración era irregular, sus pupilas reflejaban confusión y deseo, una mezcla peligrosa que la hizo detenerse un instante para recuperar el control.
La música seguía sonando, vibrante, acompañando la tensión que llenaba la habitación.
Con decisión, cerró la puerta con seguro, asegurándose de que nadie interrumpiera aquel instante que ya prometía ser inolvidable.
Caminó hacia él con pasos medidos, cada movimiento cargado de intención y autoridad.
Tomó de su cartera la llave de las esposas y, con un gesto cuidadoso, pero firme, liberó sus muñecas.
Al sentir la libertad, Alexis soltó un suspiro contenido, su piel enrojecida por la presión de los grilletes, sus manos frotando con delicadeza la marca que quedaba.
—Lo siento, Alexis —susurró Sienna, su voz