Félix conducía el auto con las manos firmes sobre el volante, pero su mente estaba en un torbellino de emociones que apenas podía controlar.
A su lado, Orla permanecía en silencio, sus ojos fijos en el paisaje nocturno que pasaba velozmente.
La ciudad parecía dormir, indiferente a la tormenta interna que ambos compartían.
No pronunciaban palabra, aunque entre ellos flotaba un recuerdo abrasador: aquel beso, intenso, apasionado, que había estallado en el bar y que aún ardía en la memoria de Orla, como un fuego que se negaba a extinguirse.
El corazón de Orla latía con fuerza desbocada, un ritmo que sentía hasta en la punta de los dedos. Su respiración era entrecortada, no solo por la emoción, sino por la lucha interna que libraba consigo misma.
Había intentado convencerse de que aquel beso no significaba nada, de que no podía permitirse ser arrastrada por el deseo, pero su cuerpo le traicionaba, recordándole cada roce, cada calor compartido.
Al detenerse frente a su casa, un silencio pe