Tres meses después.
La vida había seguido su curso, aunque en los corazones de todos aún quedaban heridas abiertas.
Sienna y Orla dedicaban gran parte de su tiempo a la fundación, un proyecto que, poco a poco, se había convertido en una especie de refugio.
Orla estaba completamente sumergida en aquello.
Era lo único que la mantenía en pie, lo único que le daba un propósito en medio de tanta turbulencia.
Con una determinación férrea, pasaba horas hablando con empresas, tocando puertas, convenciendo a inversionistas para conseguir donaciones.
No se limitaba solo a eso: administraba cada recurso con disciplina, asegurándose de que todo se destinara correctamente.
Se aferraba a esa rutina como si en ella encontrara una razón para respirar.
Sienna la acompañaba en todo. Le ayudaba con la logística, con las reuniones, con el día a día de la fundación.
Pero además, ella tenía otra batalla: estaba mediando con la familia paterna de Nelly.
Los abuelos de la niña habían viajado hasta Mayrit par