Orla comenzó a reír, primero bajo, un murmullo sarcástico que apenas rozaba sus labios.
Pero pronto su risa fue creciendo, retumbando en la habitación como una carcajada cruel, afilada, llena de veneno.
Fedora la miraba incrédula, como si delante de ella estuviera una mujer completamente loca, un demonio disfrazado de esposa elegante.
—¡¿De qué te ríes?! —gritó, perdiendo el control.
Orla sonrió con malicia, arqueando una ceja.
—De ti, Fedora. ¿De qué más podría reírme? ¿Por qué piensas que voy a hacer lo que me pides? Si tanto deseas que me divorcie, ¿por qué no se lo pides directamente a tu amado Félix? —su voz se volvió más cortante, cargada de burla—. Ah, ya sé… porque solo sirves para ser la amante. ¿Verdad?
La bofetada de Fedora resonó en el aire antes de que Orla pudiera reaccionar.
El golpe ardió en su mejilla, encendiendo su furia como una llama que se aviva con gasolina.
Fue lo último que estaba dispuesta a soportar.
Sus ojos chispearon de rabia.
Sin pensarlo, Orla levantó l