Melody abrió lentamente los ojos cuando la luz dorada del sol se filtraba con suavidad por la ventana. El calor de la mañana acariciaba su rostro, y durante unos segundos, la paz la envolvió. Sonrió con calma, disfrutando de ese instante perfecto, pero al voltear hacia el otro lado de la cama, un escalofrío recorrió su cuerpo: estaba vacía.
Su respiración se aceleró. Por un instante, una idea oscura cruzó su mente:
¿Y si nada era real? ¿Y si todo había sido un sueño, una fantasía creada por su corazón desesperado? El miedo la sacudió de tal manera que saltó de la cama sin pensarlo. Apenas llevaba un camisón de seda blanco que caía suave sobre su piel, pero no le importó. Corrió hacia la puerta, bajó las escaleras casi tropezando, con el corazón latiendo desbocado.
Entonces lo vio.
Él estaba ahí, en la cocina, como si nada hubiera pasado, preparando el desayuno que tanto le gustaba, aquel que solo él sabía hacerle. El aroma cálido del pan recién tostado y el café llenaba la estancia,