Los días habían pasado lentamente desde la operación, cargados de incertidumbre y desvelo, hasta que por fin llegó el momento en que Sienna pudo abandonar el hospital.
El médico la revisó con detalle antes de autorizar su salida.
—Está estable, pero no debe forzarse. Necesita controles constantes, reposo y evitar cualquier tensión innecesaria —indicó con voz firme.
Eugenio, protector como nunca, escuchaba cada palabra con la atención de un padre que temía volver a perder a su hija.
Aunque Sienna ya podía caminar, él insistió en llevarla en silla de ruedas. No quería que se cansara ni un segundo.
El trayecto hasta la mansión fue silencioso, pero cargado de expectativas. Sienna contemplaba desde la ventana cómo la vida afuera seguía su curso, mientras ella intentaba recomponer la suya.
Su mente era un laberinto de sombras y recuerdos rotos.
Al llegar, el aire se llenó de un grito infantil, tan puro y lleno de amor, que desgarró su corazón.
—¡Mami, mami, llegaste! —exclamó Melody, vestid