Alexis respondió a ese beso con pasión, con una dulzura que se mezclaba con la desesperación de quien cree que ha encontrado de nuevo lo que estuvo a punto de perder.
La tomó con fuerza, pero también con ternura, alzándola a horcajadas sobre su cuerpo, incapaz de contener el deseo que lo consumía.
Era amor, locura, necesidad. No pensaba en nada más, no había mundo fuera de ellos dos.
Sienna sintió aquellos labios recorriendo los suyos, primero con un ansia casi salvaje, luego con una cadencia ardiente, como si quisieran grabarse en su piel.
Jadeó, estremecida, y se dejó llevar, sentándose sobre él con abandono.
La oscuridad los rodeó como un cómplice silencioso:
Alexis había cubierto las ventanas del coche con telas negras, creando un refugio íntimo, un santuario de pasión donde no existía nadie más.
Las manos de Alexis recorrieron su cuerpo con hambre. Levantó su vestido y lo deslizó hacia arriba, despojándola de la tela como si fuese un estorbo entre sus pieles.
Sus labios descend