—Te trasladarán a otro hospital psiquiátrico, pero escucha bien —la voz de Gustavo sonaba baja, casi un murmullo cargado de veneno—, cuando lo hagan… acaba con Sienna.
El silencio en la sala fue sepulcral.
Las palabras quedaron flotando, como cuchillas invisibles.
Tessa lo miró con los ojos muy abiertos, y al instante una sonrisa torcida se dibujó en sus labios. Su respiración se volvió agitada, sus manos temblaron de emoción.
Había algo perturbador en aquella sonrisa, un brillo de locura que solo la desesperación puede encender.
—¿De verdad lo dices en serio? —preguntó ella, aunque en el fondo ya sabía la respuesta.
Gustavo no añadió nada más. Sus ojos, oscuros y fríos, lo dijeron todo. Dio media vuelta y se marchó, dejando a Tessa con aquella idea sembrada como una semilla envenenada en su mente.
Por un instante, ella dudó. ¿Acaso aquello era real o una de las muchas fantasías retorcidas que su mente había aprendido a fabricar? ¿Acaso Gustavo realmente la liberaría o todo era parte