Sienna salió del salón con pasos firmes, casi frenéticos, como si el suelo ardiera bajo sus pies.
No quería mirar atrás.
No soportaba la idea de ver nuevamente los rostros que más detestaba en ese momento: Gustavo, con su cinismo venenoso, recordarlo coludido con Tessa le hizo sentir una rabia, un asco rotundo.
La sola imagen de ellos dos juntos le revolvía el estómago. Sentía que el aire dentro de ese lugar se había vuelto irrespirable, como si cada aliento que tomaba estuviera contaminado por la traición.
Empujó la puerta con fuerza, saliendo a la fría noche.
El silencio de la calle apenas se interrumpía por el lejano sonido de un motor o el eco de pasos de desconocidos. Sienna caminaba sin rumbo, con el corazón palpitando de rabia y dolor, sin saber a dónde dirigirse.
La luz tenue de las farolas bañaba sus facciones endurecidas, su respiración agitada, sus manos temblorosas que se cerraban en puños como intentando controlar el huracán que la devoraba por dentro.
De pronto, un auto