problemas en em paraíso

El ascensor hasta mi habitación parece moverse demasiado lento, como si el universo quisiera darme tiempo para recuperar el aliento. Pero mi corazón sigue galopando, rebelde, recordando cada detalle de Jesús: el traje blanco pegado a sus hombros por el calor, la sombra de su barba de un día, esa mirada que me atravesó como si el tiempo y la distancia nunca hubieran existido.

Me cambio rápidamente, un vestido ligero de lino que se me pega a la piel húmeda, y vuelvo al lobby, donde Adriana me espera con una sonrisa que no llega a sus ojos.

—Voy a saludar a un viejo conocido —dice, ajustándose un mechón detrás de la oreja con un movimiento demasiado calculado —Disfruta del hotel.

No necesita decir más. Mis ojos escanean el lobby hasta encontrarlo: Jesús está sentado en uno de los sofás bajos, su postura relajada pero alerta, como un felino descansando pero listo para saltar. Adriana se acerca con la elegancia de quien conoce bien el terreno que pisa.

Desde la distancia, observo.
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