El sol de la mañana se filtra por las cortinas de mi departamento cuando Kathy comienza a moverse en mi cama. Me quedo quieta en el sofá, observando cómo se frota los ojos con los nudillos, desorientada. El olor a café que llena el aire parece despertarla por completo.
—¿Cómo te sientes? —pregunto, ofreciéndole una taza de agua con limón que preparé para la resaca.
Kathy hace una mueca al primer sorbo, pero bebe obedientemente.
—Como si me hubiera atropellado un camión —murmura, mirando su reflejo en el espejo del baño. Sus ojos aún están ligeramente vidriosos.
—El auto de la empresa pasará en media hora —digo mientras reviso mi teléfono—. Te dejará en la universidad de camino a la oficina.
Kathy frunce el ceño, apoyándose en el marco de la puerta.
—¿Por qué vendría el auto por ti? —pregunta, con esa perspicacia que siempre me sorprende viniendo de una chica que anoche parecía haber perdido todo juicio.
—Proyecto especial —miento rápidamente, evitando su mirada mientras